Amuleto by Roberto Bolaño

By Roberto Bolaño
Los angeles voz arrebatada de Auxilio Lacouture narra, e indaga, un crimen atroz y lejano, que solo se desvelará en las últimas páginas de una novela en l. a. que, por otra parte, no escasean los crÃmenes cotidianos y los crÃmenes de los angeles formación del gusto artÃstico. Ella es uruguaya de mediana edad, alta y flaca, y se oculta en los lavabos de mujeres de l. a. Facultad de FilosofÃa y Letras durante los angeles toma de l. a. universidad por l. a. policÃa, en México, en septiembre de 1968. Allà está durante varios dÃas, y el lavabo se convertirá en un túnel del tiempo desde el cual avizorar los años ya vividos en México y los años por vivir. En su discurso rememora a l. a. poetisa Lilian Serpas, que hizo el amor con el Che, y a su infortunado hijo, a los poetas españoles León Felipe y Pedro Garfias, a los angeles pintora catalana Remedios Varo y su legión de gatos, al rey de los homosexuales de l. a. colonia Guerrero y su reino de terror gestual. Pero sobre todo se narra un viaje por un mundo, el Polo Norte de los angeles memoria que se extiende por doquier, y l. a. imagen última de un asesinato olvidado.
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Un artista anonimo del siglo XIV descubrio los principios de l. a. fotografia y falsifico el sudario de Cristo. Hoy, aquella reliquia ha dado origen a una seudociencia, sustentada por poderosas asociaciones y sectas de todo el mundo. El objeto de sindonologia es probar con argumentos cientificos que Cristo fue Dios.
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Y me iba trastabillando por las calles de México, siguiendo a mi sombra esquiva, sola y llorosa, sintiendo lo que probablemente podría sentir la última uruguaya sobre el planeta Tierra, aunque yo no era la última, qué presunción, y los cráteres iluminados por cientos de lunas que recorría no eran los de la Tierra sino los de México, que parece lo mismo pero no es lo mismo. Y una vez sentí que alguien me seguía. No sé dónde estábamos. Puede que en una cantina de los alrededores de La Villa o puede que en algún cubil de la colonia Guerrero.
Y en ese momento, mientras yo hablaba y Arturo contemplaba en la mesa vecina los remolinos conjeturales de su tequila, Ernesto San Epifanio se alejó de la barra y se sentó junto a él y por un instante 61 yo sólo vi sus dos cabezas, sus dos matas de pelo largo que caían hasta los hombros, la de Arturo rizada y la de Ernesto lacia y mucho más oscura, y durante un rato hablaron mientras el Encrucijada Veracruzana se iba vaciando de los últimos noctámbulos, los que de repente tenían prisa por irse y gritaban viva México desde la puerta y los que estaban tan briagos que ni siquiera podían levantarse de las sillas.
Así pasó un tiempo. Yo dejé mi puesto de achichincle teatral. Yo volví con los poetas y mi vida tomó un rumbo que para qué explicarlo. Lo único cierto es que yo dejé de ayudar a ese director veterano del 68, no porque la puesta en escena me pareciera mala, que lo era, sino por hastío, porque necesitaba respirar y vagabundear, porque mi espíritu me pedía otro tipo de desazón. Y un día, cuando menos lo esperaba, volví a encontrar a Elena. 36 Fue en la cafetería de la Facultad. Yo estaba allí, improvisando una encuesta sobre la belleza de los estudiantes, y de golpe la vi, en una mesa apartada, en un rincón, y aunque al principio me pareció la misma de siempre, conforme me fui acercando, un acercamiento que no sé por qué dilaté deteniéndome en cada mesa y manteniendo conversaciones cortas y más bien bochornosas, noté que algo en ella había cambiado aunque en ese momento no pude precisar qué era lo que había cambiado.